Podemos usar este juego de palabras que ilustran el título de la columna semanal para separar en dos facetas lo que vivimos en el fútbol actual. Una que tratará la locura que rodea al futbol en su periferia y otra que tiene que ver con la importancia de la fortaleza mental que debe poseer el jugador dentro del campo de juego para resistir esta ofensiva externa contra su accionar.
Podemos catalogar de demente la obligatoriedad de triunfo constante que le imprime la sociedad futbolera al jugador de fútbol. A nadie se le exige tanto como a él ni un político ni un facultativo de la salud sienten tanta asfixia en sus actos (aunque estos si están íntimamente ligados con el bienestar de las personas tanto física como emocionalmente) como se le exige al futbolista. Con solo pasear por las redes sociales leeremos en una cantidad innumerables de veces la palabra “fracasado” acompañada de “Burro” “Madera” para pasar a los clásicos insultos, esos que hace muchos años te propinaban los contrarios y que uno atribuía, obviamente sin justificarlo, a la rivalidad que podía sentir el hincha por el jugador contrario ese que venía a tratar de sacarle la alegría del triunfo. Hoy los insultos no distinguen condición de local o visitante, siempre obviamente con excepciones que siempre existen y el árbitro dejó de ser el único blanco de todas las miradas despectivas.
La cancha paso a ser un consultorio psicológico donde todos van a descargar sus tensiones y sublimar en los gladiadores de pantalón corto y botines, igual que en el circo romano, sus frustraciones y anhelos incumplidos que el sistema en el que se vive le promete a los engranajes del mismo, ósea a nosotros los seres humanos, y casi nunca le cumple.
Se hace muy difícil poder analizar cómo se ha ido modificando la mirada hacia el futbolista se los endiosa y se los odia de igual manera, pasan de ser héroes a villanos en una fracción de segundo y aquel que por momentos fue el mejor de todos tal vez dentro de un tiempo sea el peor. Es mucho pedir que se pueda ver que debajo de una vestimenta deportiva se encuentra una persona de carne y hueso como cualquiera que interpreta su profesión lo mejor que puede, con aciertos y errores, pero ¿Quién no los tiene? O nos quedaremos en la simpleza de decir “estos cobran fortuna” “están todo el día con la pelotita” argumentos muy pequeños que se derrumban a la primer comparación, podemos decir que los actores de cine también cobran contratos siderales y sin embargo cuando vemos sus películas no le vemos errores, claro no olvidemos que tal vez esa toma perfecta fue hecha 10 veces y el futbolista solo tiene una fracción de segundo para que su accionar quede, tanto el bueno como el malo, inmortalizado en la retina de los espectadores. Pero seguir realizando comparaciones lo único que lograría es darle notoriedad a esos pequeños argumentos.
El futuro llego hace rato y por estos lares con respecto a la mirada hacia el campo de juego vino con inmediatez e impaciencia nada que no ocurra en la sociedad de la que somos parte. Necesitamos tener gratificación inmediata, tener todo ya como si la vida respondiera a la misma velocidad que la pantalla de un Smartphone, hoy uno de los peores castigos para el humano es que se ponga por delante del camino el semáforo en rojo ahí vemos caras de rabia y sudoración frente al volante, algunos que pasan peligrosamente en amarillo casi rojo, bocinazos a rabiar cuando todavía ni cambio de color la torre tricolor, la aplicación whatsapp le agregó velocidad a los audios recibidos y ya hay personas que ven su serie favorita adelantándola, grageas de una sociedad vertiginosa. “Hoy en día vivimos en un mundo muy pobre en interrupciones, en entres y entretiempos. La aceleración suprime todo tiempo muerto. El fútbol forma parte del ADN de nuestra sociedad y por ende no puede despegarse de ella, los partidos duran 90 minutos más el descuento y el torneo muchas fechas sin embargo los hinchas quieren hacer el segundo gol antes que el primero y salir campeon en el primer partido y no los culpo porque es un automatismo inconsciente que es disfrazado con la palabra pasión. El maestro Ernesto Sábato un referente para mi expresaba “En el vértigo no se florece ni se recogen frutos por el contrario lo propio del vértigo es el miedo, el hombre adopta un comportamiento de autómata donde no solo no reconoce a los demás sin que tampoco se reconoce a sí mismo”.
Desarrollé esta primera columna con la parte del fútbol demente haciendo hincapié en el entorno al juego y me pregunto qué hacer para que esto no vaya “in crescendo” sino por el contrario disminuyendo. A lo primero que hay que apuntar es al mensaje que parte de los actores principales (tanto desde la palabra como de sus actos) jugadores, entrenadores, dirigentes.
Es primordial desdramatizar el resultado, darle valor al camino para llegar al objetivo y no si se llega o no a él, resaltar lo humano por sobre lo futbolístico, inculcar valores desde la palabra y los hechos, respetar proyectos más allá de los resultados. Cumpliendo estas consignas se logrará de a poco apaciguar la ansiedad con la que vive el entorno futbolístico lo que sucede dentro del campo de juego.
Jünger decía que “Si los lobos contagian a la masa, un mal día el rebaño se convierte en horda”
“Hoy los hombres tienden a cohesionarse masivamente para adecuarse a la creciente y absoluta funcionalidad que el sistema requiere hora a hora. Pero entre la vida de las grandes ciudades, que lo sobrepasan como un tornado a las arenas de un desierto, y la costumbre de mirar televisión, donde uno acepta que pase lo que pase, y no se cree responsable, la libertad está en peligro. Si cambia la mentalidad del hombre, el peligro que vivimos es paradójicamente una esperanza. Podremos recuperar esta casa que nos fue míticamente entregada. La historia siempre es novedosa. Por eso a pesar de las desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para descreer el valor de las gestas cotidianas. Aunque simple y modestas, son las que están generando una nueva narración de la historia, abriendo así un nuevo curso al torrente de la vida”. Fragmento De LA RESISTENCIA E. Sábato
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